sábado, 25 de octubre de 2014

No esperes que le lleve flores.

Intenté curar todas y cada una de las heridas que abriste en mi cuerpo.
Y aprendí que, aún queriéndote, hay personas que soportan hacerte llorar.
A ti, incluso te gustaba. Quizá porque sentías que te quería.
Tal vez porque te gustaba ver que tan sólo una palabra que salía de tus labios podía romper todo mi cuerpo por dentro.

Empecé a pensar que el sufrimiento formaba parte del amor, y mojé mi cara de dolor mil veces para que tú me alegrases una. Llegué a odiar todo aquello que yo era.
Luché porque sabía que me querías, me quisiste como nunca me han querido. Pero no de la mejor forma, nunca supiste quererme.

Tarde me percaté de que me querías, me querías encerrada en mi casa, me querías sin amigos, me querías sin faldas cortas ni vestidos, me querías llorando y sonriendo sólo por y para ti.

Tan tonta fui que me creí todo aquello decías que yo era, creí en mi estupidez, en mi inutilidad. Y me aferré a ti antes que a mí, pensando que serías la única persona capaz de quererme, que nadie jamás sería capaz de enamorarse de mí.
Me hiciste creer que tenía suerte de tenerte, y que tus palabras no eran los puñales que me abrían las heridas, sino que esas heridas estaban ahí desde siempre. Y pensé que nadie llegaría a quererme nunca, que cuando me quitasen la ropa y me viesen sangrar, se irían corriendo. Así que intenté curarme con alcohol barato, y al principio escocía, pero al final siempre dejaba de sentirme.

Entonces llegó el día de mi muerte. Cuando tu mirada encendía en llamas por última vez, y me quemaste. Me carbonicé, y ya no se veían los labios que siempre te buscaban ni esos ojos a los que tantas veces hiciste llorar.
Y después de morir yo, murió nuestro amor.
Tú cavaste su propia tumba. No esperes que le lleve flores.






domingo, 19 de octubre de 2014

Me has ganado.

Has cometido la locura de quererme,
incluso conociendo antes más defectos que virtudes.
Has decidido dar un paso sin saber si habría suelo,
existiendo la posibilidad de caerte.

Arriesgaste y, ¿para qué engañarnos? me has ganado.

Por eso, te cansarás de escuchar lo mucho que te quiero
y, si me das la espalda, esa será mi excusa perfecta para hacerte caricias.