Y allí estaba, a punto de tirarse al vacío desde la húmeda azotea de el edificio más alto de toda Ponferrada. El miedo se apoderó de sus ojos, apenas tenía equilibrio, su cuerpo no paraba de temblar por el frío que la soledad le transmitía y, a su vez, no dejaba de sudar por el calor que sentía al estar agoviada. Sí, lo había pensado miles de veces, tenía ganas de hacerlo, le llevó tiempo decidirse, pero se decidió, y ahora se estaba acojonando. Intentó poner su mente en blanco, no pensar, pero sus buenos recuerdos le invandían sus pensamientos, "Todo el mundo tiene ganas de vivir, pero debe saber cómo hacerlo, y yo no sé disfrutar, nunca tengo nada bueno que sea permanente durante tan solo un tiempo", eso le motivó a hacerlo. Miró hacia abajo, allí estaba la carretera solitaria, la calle vacía, y la comparó consigo misma. Se figuró que lo mejor iba a ser no pensar en lo que pasaría, no pensar en el golpe, en el dolor. Solamente, dar un paso hacia adelante apoyando todo su cuerpo sobre la pierna que pisaría sobre el aire. "Ni esto sé hacerlo" pensó. Surgieron miles de dudas, ya no sabía si quería tirarse. Una gota cayó sobre su cara. Comenzaba a llover. No quería morirse un día de lluvia, otra vez le surgieron dudas. Estaba seguro que si, en este momento, apareciese alguien especial a pedirle que no lo hiciese, no lo haría. Pero nadie iba a aparecer, para nadie ella es importante. Duele tanto la soledad que, ya no solo era la lluvia lo que mojaba su cara, empezó a llorar... Ya empapado, quería retirarse y ser la cobarde que no se atrevía a tirarse, pero por no serlo, seguía con su idea en la cabeza. Se sentó de manera en que dejaba sus piernas colgando. Ahora no hacía falta que fuese alguien especial, cualquiera que le dijese que no lo hiciera, le pararía los pies. Le dió mil vueltas a la cabeza, y llegó a la conclusión de que, sí, es triste que todo el mundo tenga a esa persona especial, que ella no tiene quien le pare los pies, quien le recuerde lo feliz que puede ser en la vida. Pero solamente para encontrar a ese alguien que le enseñase a ser feliz, y que le quisiese incondicionalmente, sería una cobarde y no se tiraría. Recordó que, de la misma manera que una vez le hicieron sonreír, podrían volver a conseguirlo.
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